miércoles, 28 de enero de 2015

Francisco Luis Bernárdez, poeta argentino


Soneto de la Encarnación 

             … il suo fattore 
            Non disdegnò di farsi sua fattura. 
            Dante, Par. XXXIII

Para que el alma viva en armonía
con la materia consuetudinaria
y, pagando la deuda originaria,
la noche humana se convierta en día;

para que a la pobreza tuya y mía
suceda una riqueza extraordinaria
y para que la muerte necesaria
se vuelva sempiterna lozanía,

lo que no tiene iniciación empieza,
lo que no tiene espacio se limita,
el día se transforma en noche oscura,

se convierte en pobreza la riqueza,
el modelo de todo nos imita, 
el Creador se vuelve criatura.


Soneto lejano

Bello sería el río de mi canto,
que arrastra por el mundo su corriente,
si dicho canto no naciera en cuanto
el río se separa de la fuente.

Bello sería el silencioso llanto
de la estrella en la noche de mi frente
si dicha estrella no distara tanto
de quien le da la luz resplandeciente.

Bello sería el árbol de mi vida
si la raíz de amor lo sostuviera
sin estar alejada y escondida.

Bello sería el viento que me nombra
si la voz que me llama no estuviera
perdida en la distancia y en la sombra.



Soneto de la unidad del alma

Yo que tengo la voz desparramada,
yo que tengo el afecto dividido,
yo que sobre las cosas he vivido
siempre con la memoria derramada;
 
yo que fui por la tierra desolada,
yo que fui bajo el cielo prometido
con el entendimiento repartido
y con la voluntad multiplicada;
 
quiero poner ahora la energía
de la memoria, del entendimiento
y de la voluntad en armonía
 
con la Memoria que no olvida nunca
con el Entendimiento siempre atento
y con la Voluntad que no se trunca.



Soneto del amor milagroso 

Aquel entendimiento que callaba
tiene toda la voz que no tenía,
y aquella voluntad que estaba fría
tiene todo el calor que le faltaba.

Aquel entendimiento que ignoraba
tiene la ciencia de que carecía,
y aquella voluntad que no quería
tiene el deseo que necesitaba.

Porque para que el uno se levante
del sueño en que vivía sumergido
es suficiente con que yo te cante.

Porque para que aquella no se muera
de la muerte que hubiera padecido
es suficiente con que yo te quiera.



Soneto del amor victorioso

Ni el tiempo que al pasar me repetía
que no tendría fin mi desventura
será capaz con su palabra oscura
de resistir la luz de mi alegría,

ni el espacio que un día y otro día
convertía distancia en amargura
me apartará de la persona pura
que se confunde con mi poesía.

Porque para el Amor que se prolonga
por encima de cada sepultura
no existe tiempo donde el sol se ponga.

Porque para el Amor omnipotente,
que todo lo transforma y transfigura,
no existe espacio que no esté presente.




La poesía de Francisco Luis Bernárdez




Francisco Luis Bernárdez (1900 - 1978) fue un poeta y diplomático argentino, de ascendencia española (gallega), nacido en Buenos Aires. Entre 1920 y 1924 vivió en España, donde trabajó como periodista. De regreso a Buenos Aires integró el grupo Martín Fierro (Florida) y participó de la segunda etapa de la revista Proa, como director. Fue contemporáneo y amigo de Jorge Luis Borges y de Leopoldo Marechal. Participó de los Cursos de Cultura Católica (CCC), fundados en 1922, y de Convivio, donde consolidó su identidad católica y profundizó la formación neotomista que marcaría su producción literaria.

Bernárdez asumió el catolicismo en su obra poética, en la que se destacan El buque (1935), La flor (1951), El ruiseñor (1945), El ángel de la guarda (1949) y Tres poemas católicos (1959). Otra obra recordada es la traducción de los Himnos del Breviario Romano (1952). También realizó trabajos en prosa. En su madurez, su poesía se caracterizó por un tono más lírico y romántico. Entre sus obras de temática religiosa hay composiciones orientadas a la teología, o bien a la piedad. Su producción poética es variada, y en ella se destaca el desarrollo del verso de 22 sílabas.

La poesía de tema religioso de Bernárdez se caracteriza por verter de un modo sencillo en moldes clásicos un pensamiento teológico tomista, tamizado por vivencias personales. En los poemas religiosos de Bernárdez, con frecuencia el yo lírico refiere acontecimientos vitales. Tal vez esto guarde relación con la profunda vivencia que tuvo Bernárdez en 1926 en la Catedral de Notre Dame (París), en la que se le reveló el misterio virginal de María, experiencia que recoge en La flor. Su formación en los Círculos de Cultura Católica influyó en el desarrollo de su identidad como intelectual católico, como se ha dicho. También lo marcaron sus experiencias en Córdoba, donde se estableció para recuperarse de una dolencia respiratoria en 1931: el paisaje imprimió en su alma sentimientos que serían un fuerte motivo inspirador. Su matrimonio con Laura González Palau también influyó en la vida y obra de Bernárdez.

En la poesía religiosa de Bernárdez se destaca el tomismo en cuanto a los conceptos tematizados y el franciscanismo en lo que respecta a la imaginería. Los conceptos teológicos se simplifican al modo franciscano, que aportan sencillez y simplicidad. Son frecuentes los desarrollos metafóricos de elementos de la naturaleza.

Soneto de la Encarnación 

El epígrafe del poema pertenece a la Divina Comedia (… il suo fattore / Non disdegnò di farsi sua fattura). Corresponde a la apertura del Canto XXXIII del Paraíso. Dante canta a la Santísima Virgen María -traducido y prosificado-: "Oh Virgen Madre, hija de tu Hijo, humilde y alta más que otra criatura,  término fijo de la voluntad eterna, Tú ennobleciste a la humanal natura hasta tan alto grado, que su Autor no desdeñó hacerse su factura".
 
En este poema Bernárdez presenta con sencillez los aspectos centrales del misterio de la Encarnación, que hace posible la redención del hombre. Como recurso estilístico se destaca la antítesis: noche – día / pobreza – riqueza / muerte – sempiterna lozanía / temporalidad – eternidad / infinitud – finitud; esto permite articular el poema en dos tiempos: lo humano y lo divino, armonizados en la figura de Jesucristo. La oscuridad corresponde a la humanidad y la Luz a la divinidad. “El Creador se vuelve criatura”, ya que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre.

Soneto lejano

Hay belleza en el canto, en el llanto y en la vida en la medida en que existe armonía entre la criatura y el Creador. Hay una Voz que llama al hombre a través del viento, pero él debe responder con su inteligencia y sus acciones (entendimiento y voluntad). Nuevamente se estructura el poema en dos tiempos: lo que el hombre hace (sentido negativo) y lo que debería hacer (sentido positivo). La composición se apoya en la repetición anafórica de "bello sería".

El orden cósmico y el orden interior se corresponden; y la armonía entre creatura y Creador es posible, si el hombre restablece el orden perdido por los afectos desordenados o por el pecado. Es el hombre el que se aleja de la fuente de la gracia, pero tiene la posibilidad de acortar esa distancia, referida en el título y en cada estrofa del soneto.

En este poema se apela a la metaforía de la naturaleza de estilo franciscano, esto es, basada en elementos primarios. En la poética de Bernárdez, simbólicamente, el agua podría ser la gracia sobrenatural; los astros, Dios (Santísima Trinidad); el viento que llama al hombre sería el Espíritu Santo; el bosque o prado sería el lugar de la presencia de Cristo. La simbología del árbol es amplia y diversa, pero en este soneto se refiere el árbol como la vida del hombre, con una raíz que es el Amor sobrenatural. El árbol es un elemento poético fuertemente connotado, pues tiene un componente subterráneo (las raíces), un tronco que se eleva, ramas que se expanden y que a su vez pueden tener hojas, flores y frutos; simbólicamente conecta el cielo y la tierra.

Dios busca y llama al hombre, pero el ascenso a lo absoluto implica una respuesta libre por parte de él: una ascesis y una purificación de ansias torpes y afectos desordenados.

Soneto de la unidad del alma

El yo lírico describe la dispersión en que se encuentra haciendo referencia a conceptos tomistas: afectos (divididos), memoria (derramada), entendimiento (repartido), voluntad (multiplicada). En los tercetos hace el propósito de ordenar la memoria (sentido interno), el entendimiento y la voluntad (potencias del alma), a fin de lograr la armonía con la divinidad. El yo lírico formula el propósito empleando un verbo volitivo en tiempo presente (quiero).

Soneto del amor milagroso

Nuevamente el yo lírico apela al tomismo para referirse a las potencias del alma: el entendimiento y la voluntad. La armonía se da cuando el hombre corresponde al Amor sobrenatural. Es el amor milagroso.

También en este soneto se presenta la estructura en dos tiempos antitéticos: lo que el hombre hacía (fase negativa) y lo que luego hace, que es corresponder al Amor (fase positiva). De nuevo, la armonía se plantea como posible, con la gracia de Dios y la respuesta del hombre. “Aquel entendimiento que ignoraba / tiene la ciencia de que carecía”: la ciencia (don del Espíritu Santo) permite juzgar rectamente sobre las cosas creadas, y que conozcamos la manera de usar bien de ellas y de enderezarlas al fin último, que es Dios (Catecismo Mayor de San Pío X). 

Soneto del amor victorioso

El soneto presenta una clara división entre los tercetos y los cuartetos. En el primer terceto se plantea la antítesis entre la desventura y la alegría sustentada en la Esperanza; y en el segundo terceto el contraste es entre distancia y cercanía. Los cuartetos desarrollan las cualidades del Amor omnipotente: todo lo transforma y transfigura. Vence al tiempo y al espacio. Y a la muerte.


Aunque es delicado postular intencionalidades en los poetas, la obra de Bernárdez deja entrever en la sencillez con que expone la ortodoxia tomista, un propósito divulgativo y una finalidad catequética, congruente con el apostolado. La cosmovisión de Bernárdez es católica: presenta una visión religiosa del mundo y de la vida, que le hace hallar a Dios en la naturaleza y en todo lo que le sucede.

La poesía de Bernárdez revela que toda la heterogénea dispersión y complejidad del mundo esconde un fin último; que hay un orden en la Providencia. Hay un llamado de Dios al hombre; en su respuesta puede darse la armonía entre la creatura y el Creador. Al cantar a San Francisco, Bernárdez recrea a su manera el catálogo poético de la creación, y desentraña el principio de unidad que subyace en todo lo existente:

Y distinguió las ligaduras que lo hermanaban con los seres y las cosas.
Examinó con ojos nuevos todas aquellas criaturas misteriosas.
Los animales, las montañas, los grandes ríos, las estrellas y las rosas.
Todas las formas que veía le recordaban la belleza de una sola.
Y en sus gemidos diferentes reconocía sin esfuerzo un solo idioma.

Bernárdez también apela a la metaforía de la naturaleza y a la serena armonía para referirse al amor ordenado, como en “Soneto enamorado”:

Dulce como el arroyo soñoliento,
mansa como la lluvia distraída,
pura como la rosa florecida
y próxima y lejana como el viento.

Acaso sus versos más recordados aplican tanto para el amor natural como para el sobrenatural:

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

Las raíces son lo que nutre al árbol y posibilita el desarrollo de los frutos.

El dolor, la muerte, la oscuridad y el pecado confieren categoría de destierro al vivir humano, cuyo sentido es principalmente nostálgico de una Plenitud que no llega todavía. Toda contrariedad y ruptura de la armonía se interpretan como episódicas, ya que el hombre ha sido redimido y el destino al que debe aspirar es el Cielo.

La poesía religiosa de Bernárdez tiende a la simplicidad y es profundamente optimista, pues se apoya en la Esperanza.





Cursos de Cultura Católica
  
Francisco Luis Bernárdez consolidó su identidad religiosa en los Cursos de Cultura Católica, donde se desarrollaban actividades formativas de orientación doctrinal tomista desde 1922. Participó también de Convivio, una peña de letras y arte vinculada al ambiente de los Cursos en la que fue gestándose un apostolado católico orientado a los intelectuales. Bernárdez colaboró con la revista católica Criterio, por entonces relacionada con el mismo ambiente cultural, que en su momento recogió producciones de alta calidad.

Los Cursos de Cultura Católica constituían para los jóvenes laicos un ámbito específico de formación. Ellos anhelaban ser un vehículo de reconquista intelectual de la sociedad argentina: querían recristianizar la Patria. En principio la iniciativa de los cursos estaba a cargo de laicos, con presencia de un censor eclesiástico y participación de sacerdotes en el dictado de materias. Hasta fines de los años '30 mantuvieron una relativa independencia respecto de la jerarquía eclesiástica, pero con la llegada de la autorización por parte de Roma la injerencia de las autoridades se plasmó en sus estatutos. En 1939 los cursos perdieron relativa autonomía, y comenzó desde entonces una nueva etapa.

Los jóvenes asistentes a los Cursos pertenecían a una generación de conversos; no porque provinieran de otra denominación religiosa, sino porque su vínculo con el catolicismo había cambiado de una nominal piedad privada a la exposición pública. Esta conversión implicaba no solo el fortalecimiento radical de una identidad religiosa hasta entonces medida, sino además una visión crítica y un cuestionamiento de su propia época y sus errores, considerados a la luz de la filosofía.

La participación en la vida intelectual de la ciudad de Buenos Aires se basaba en su compromiso religioso y se manifestaba en un modo radical de vivir la fe; ese testimonio de fe alimentaba el apostolado, ya que los jóvenes cursantes evangelizaban, difundían las verdades de la fe a partir de sus producciones culturales y artísticas, al tiempo que establecían nuevos vínculos con los sacerdotes y con la jerarquía. Las iniciativas de los integrantes de los cursos revelaban su interés por competir por la hegemonía del campo cultural argentino.

La conversión y su testimonio delinearon un modelo de intelectual católico, reforzado por el vínculo que los jóvenes cursantes desarrollaron con las figuras más destacadas del renacimiento católico europeo. También tejieron relaciones y contactos en el interior del país, gracias a lo cual se abrieron Cursos en otras ciudades de la Argentina. El interés por contar con el apoyo de artistas dio forma a la iniciativa del Convivio, un espacio de intercambio -no exclusivo para católicos- pensado también como ámbito de apostolado: un clima favorable para la recreación y la sociabilidad, y también para la conversión, donde se apreciaba el arte y su belleza, entendida como esplendor de la verdad. Para Francisco Luis Bernárdez la poesía era una “emanación de lo eterno del ser”, y una prolongación del plan de la Creación. Su poesía estaba cincelada por su visión teológica.

Los jóvenes cursantes se constituían en intermediarios entre el campo intelectual y la Iglesia. El Convivio era una subestructura dentro de los Cursos, y participaban de sus reuniones figuras tan disímiles como Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Juan Antonio Ballester Peña, Osvaldo Horacio Dondo o Ignacio Anzoátegui.

Los Cursos se convirtieron en un exitoso experimento de intervención pública: una propuesta atrayente que cada vez sumaba más voluntades jóvenes. Ellos compartían un fervor religioso que implicaba vivir la fe de un modo integral, no superficial ni relegado a un rincón marginal de la existencia. Rechazaban por lo tanto la división liberal entre la esfera de lo público / laico y lo privado / conciencia religiosa. Sin embargo, esto no se traducía en intransigencia en las relaciones interpersonales ni en falta de vínculos con la sociedad profana, ya que el mismo apostolado requería sociabilidad y apertura. Entre los invitados a las actividades de los Cursos había figuras poco afines al catolicismo, incluso políticos. El interés en intervenir en la esfera pública y los requerimientos del apostolado movía a laicos y sacerdotes a traducir los mensajes religiosos a discursos y formas que fueran comunicables a una sociedad laica y liberal. La literatura y la pintura fueron algunas de estas expresiones.

Los Cursos generaron otro modelo de reunión, distinto del de las clases normales, denominado Seminario. El objetivo de estas reuniones era fomentar la participación activa de los estudiantes, si bien estaba prevista la presencia de un docente. Estos círculos de estudio versaban sobre tres temas: Historia de la Iglesia, Sagradas Escrituras y Filosofía; y la dinámica estaba dada por el pensamiento crítico, con los límites previstos por el magisterio.
 

Neotomismo o neoescolástica

El neotomismo o neoescolástica es un resurgimiento de la filosofía escolástica medieval que tuvo lugar desde la segunda mitad del siglo XIX y se desarrolló a lo largo del siglo XX. La denominación neotomismo se debe a que fue Santo Tomás (1225 - 1274) quien dio forma final a la escolástica en el siglo XIII; se consideraba asimismo que solo el tomismo podía infundir vitalidad a una escolástica del siglo XX.

El papa León XIII, en su Encíclica Aeterni Patris (1879) sobre la restauración de la filosofía cristiana conforme a la doctrina de santo Tomás de Aquino, afirmó que la doctrina tomista debía ser la base de toda filosofía que se tuviera por cristiana.

En 1914, el papa Pío X se expresó en términos coincidentes en la Encíclica Doctoris Angelici (Motu Proprio), en la que estableció a la filosofía escolástica de Santo Tomás como base de los estudios sagrados y advirtió que las enseñanzas de la Iglesia no podían ser entendidas científicamente sin estos fundamentos filosóficos. Siguiendo al santo Papa, los principales puntos de la filosofía de Santo Tomás no pueden considerarse opinables, y comprenden el pensamiento de los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia. En términos de san Pío X, este marco conceptual, presentado con inequívoca claridad por Santo Tomás de Aquino, permite refutar los errores de cualquier época. Por el contrario, “si se rechazan estos fundamentos o se los pervierte, se seguirá necesariamente que quienes estudian las ciencias sagradas ni siquiera podrán captar el significado de las palabras con que el magisterio de la Iglesia expone los dogmas revelados por Dios”, y esto ocasionará graves daños. El tiempo confirmaría los dichos del santo Papa.

Tan altos avales favorecieron la revitalización de la escolástica medieval y sus conceptos fundamentales, en el llamado neotomismo. La Iglesia Católica se aproximaría a los problemas de su tiempo en múltiples ámbitos; destacaría así el valor de la objetividad frente al relativismo, el valor del realismo frente al idealismo y la consideración del hombre como una persona. El catecismo enseña que el hombre es una criatura racional compuesta de alma y cuerpo. Es un ser libre, trascendente, moral, relacional, capaz de amar y de actuar en función de la actualización de las potencias del alma: voluntad y entendimiento. La voluntad ordenada busca el Bien, y el entendimiento, la Verdad. El alma es sustancia espiritual, dotada de entendimiento y voluntad, capaz de conocer a Dios y de gozarlo eternamente, tal es el fin trascendente del hombre y la felicidad para la que fue creado.

El neotomismo no tenía como objetivo enriquecer la doctrina tomista; su aporte consistió en mostrar y demostrar la vigencia de los postulados de Santo Tomás, especialmente en la Suma Teológica (Summa Theologiae). Esta vigencia permitió asumir una actitud defensiva y desafiante frente a los errores de la modernidad y desarrollar los principios tomistas a la luz de los problemas filosóficos contemporáneos.