domingo, 6 de julio de 2014

El mito de Ulises


Comparación entre el mástil y el madero de la Cruz (Leopoldo Marechal).





El mástil

Al finalizar su tratado De lo Bello, Plotino aconseja el retorno a la dulce patria donde la Hermosura Primera resplandece sin comienzo ni fin. Y señala, como paradigma del viajero, al prudente Ulises "que se libró de Circe la maga y de Calipso, no consintiendo en permanecer junto a las mismas, a pesar del goce y la hermosura que junto a ellas encontraba".

Elbiamor, has de recordar sin duda que Circe, revelándole al héroe los peligros que aún le aguardaban, le advierte primero el de las Sirenas que atraen con sus cantos y despedazan al viajero que las escucha y desciende a ellas. "En cuanto a ti ­ le dice la maga -, te es dado escucharlas, siempre que te encadenes de pies y manos al mástil de tu navío: así podrás gozar sin riesgos de sus voces armoniosas". Pero Ulises debe tapar con cera el oído de sus camaradas, a fin de que no escuchen ni sucumban.

El peligro, como ves, no está en oír a las Sirenas (o en "conocer" por lo que dicen), sino en dirigirse a ellas en descenso de amor. Y Ulises, el único navegador atado al mástil, deberá escucharlas. ¿Por qué? Porque las Sirenas dicen en su canto, según Homero: "Nada se nos oculta; sabemos todo lo que acontece en el vasto universo; el viajero que nos oye vuelve más instruído a su patria". Y el héroe, atado al mástil, oye la voz de las Sirenas y en su canción temible se alecciona. Mas no desciende a ellas ni es dividido ni devorado, pues está sujeto de pies y manos, como los jueces; ni tampoco abandona el rumbo de la Dulce Patria, porque la virtud del mástil se lo impide.

Pero la verdad fue revelada más tarde "a los pequeñitos". Y el Verbo Humanado que nos la reveló no lo hizo sin dejarnos un mástil: el mástil de los brazos en cruz a que se ató Él mismo para enseñarnos la verdadera posición del que navega, el mástil que abarca toda vía y ascenso en la horizontal de la "amplitud" y en la vertical de la "exaltación". 


Leopoldo Marechal, Descenso y ascenso del alma por la belleza, Capítulo XII, 1939.