martes, 25 de marzo de 2014

Adán Buenosayres 1 / 3


Misa tridentina. Relato y descripción de las partes de la Misa, en un único párrafo.


  "Por senderos montañeses y huellas de cabras has ascendido hasta el viejo monasterio levantado en plena soledad. Una razón de arte, y no un motivo piadoso, te ha guiado en aquel ascenso matutino. Y al entrar en la capilla desierta se deslumbran tus ojos: frescos y tablas de colores paradisíacos, bajorrelieves adorables, maderas trabajadas, bronces y cristalerías gozan allá la inmarcesible primavera de su hermosura. Y estás preguntándote ya quién ha reunido, y para quién, tanta belleza en aquel desierto rincón de la montaña, cuando una fila de monjes negros aparece junto al altar y se ubica sin ruido en los tallados asientos del coro. Y te asustas, porque sólo te ha guiado una razón de arte. No bien el Celebrante inicia la aspersión del agua, los del coro entonan el Asperges. La casulla roja, con su cruz bordada en oro, resplandece luego sobre el alba purísima que viste aquel mudo sacrificador: en su antebrazo izquierdo cuelga ya el manípulo rojo sangre como la casulla. Y cuando el Celebrante sube las gradas del altar lleno de florecillas rojas, los monjes de pie cantan el Introito. A continuación los Kiries desolados, el Gloria triunfante, la severa Epístola, el Evangelio de amor y el fogoso Credo resuenan en la nave solitaria. Y escuchas desde tu escondite, como un ladrón sorprendido, porque sólo te ha guiado una razón de arte. Ofrecidos ya el pan y el vino, una crencha de humo brota en el incensario de plata; y el Celebrante inciensa las ofrendas, el Crucifijo, las dos alas del altar; devolviendo el incensario al acólito, recibe a su vez el incienso y lo agradece con una reverencia; en seguida el acólito se dirige a los monjes y los inciensa, uno por uno. Y sigues atentamente aquella estudiada multiplicidad de gestos cuyo significado no alcanzas; y, no sin inquietud, piensas ya que tan solemne liturgia se desarrolla sin espectador alguno y en un desierto rincón de la montaña, tal una sublime comedia que actores locos representasen en un teatro vacío. Pero de súbito, cuando sobre la cabeza del Celebrante se yergue la Forma blanca, te parece adivinar allí una presencia invisible que llena todo el ámbito y en silencio recibe aquel tributo de adoración, la presencia de un Espectador inmutable, sin principio ni fin, mucho más real que aquellos actores transitivos y aquel teatro perecedero. Y un terror divino humedece tu piel, y tiemblas en tu escondite de ladrón; porque sólo te ha guiado una razón de arte".


Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1948), Libro V, parte I.



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La Noche de Navidad de 1886, Paul Claudel (escritor francés, 1868 - 1955), llegó a la Catedral de Notre Dame, en París, motivado también por "una razón de arte". Más tarde, él mismo reconocería en Dios no solo la Verdad Suprema sino la Suma Belleza, que la sagrada liturgia le mostraba en destellos.

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